¿QUIÉN ES BAHÁ’U’LLÁH?
Bahá’u’lláh es el más reciente de los Educadores Divinos que Dios envía al mundo en diferentes épocas de la historia y es el Fundador de la Fe Bahá’í. Reveló para la humanidad el Mensaje de Dios para nuestros tiempos. Su nombre significa “La Gloria de Dios”.
Una Vida Extraordinaria
Bahá’u’lláh llevó a cabo Su misión como Mensajero de Dios principalmente en los últimos 40 años de su vida. Fueron años caracterizados por privaciones extremas, cárcel y exilios causados por enemigos religiosos y políticos muy poderosos. A pesar de ello, durante ese tiempo fluyeron de Su pluma una gran cantidad de versos, cartas y libros, considerados por Sus seguidores como la nueva Guía de Dios para la reconstrucción espiritual, moral, económica y política, que conducirán a la inauguración de una nueva civilización mundial.
Primeros Años
Nacido en Teherán, Irán, el 12 de noviembre de 1817, Mírzá Husayn-‘Alí, Su nombre de pila, disfrutó de todas las ventajas que confería un nacimiento noble y privilegiado. A pesar de poseer poca educación formal, se distinguió a una edad muy temprana por Su gran sabiduría y conocimiento.
Siendo ya un hombre joven, en vez de dedicarse a una carrera al servicio del gobierno como había hecho Su padre, Mírzá Husayn-‘Alí decidió dedicar sus energías, junto a Su esposa, al cuidado de los pobres, llegando a conocerse como el Padre de los Pobres. Luego de Su aceptación de la religión del Báb, la vida cambió para siempre para el joven noble y Su familia.
Aunque nunca se habían conocido personalmente, desde el momento en que Mírzá Husayn-‘Alí escuchó del mensaje del Báb, declaró su creencia de todo corazón en él y dedicó toda Su energía a promoverlo.
En 1850, el Báb fue ejecutado públicamente. Luego de la matanza de la mayoría de los seguidores prominentes del Báb, muy pronto se hizo evidente que era a Bahá’u’lláh que los bábís restantes debían volverse.
Revelación DIvina
En 1852, Bahá’u’lláh fue acusado falsamente de ser cómplice del atentado contra la vida de Násiri’d Dín Shah, el Rey de Irán. Cuando la orden de detención fue emitida en Su contra, Él salió a encontrar a Sus acusadores, para gran asombro de los encargados de arrestarlo. Desde Su pueblo natal en las afueras de la capital, Le llevaron, descalzo y encadenado unos 30 kilómetros por las calles repletas hasta una mazmorra subterránea, conocida como el “Pozo Negro”.
Por un tiempo la mazmorra había sido un reservorio para un baño público. Dentro de sus muros, los prisioneros, en su mayoría asesinos y ladrones, languidecían en esa atmósfera fría, oscura y pestilente, sujetados juntos por una cadena insoportablemente pesada que dejó sus huellas en el cuerpo de Bahá’u’lláh para el resto de Su vida. Fue en este entorno sombrío que ocurrió nuevamente uno de los eventos más excepcionales y atesorados: un mortal, en apariencia humano en todo sentido, había sido escogido por Dios para recibir y llevar un nuevo mensaje a la humanidad.
Esta experiencia de la Relevación Divina, mencionada solo indirectamente en los relatos que perduran acerca de las vidas de Moisés, Jesús y Muhammad, está descrita en las propias palabras de Bahá’u’lláh:
«Durante los días que pasé en la prisión de Teherán, a pesar de que el mortificante peso de las cadenas y la atmósfera hedionda Me permitían solo un poco de sueño, aun en aquellos infrecuentes momentos de adormecimiento, sentía como si desde la corona de Mi cabeza fluyera algo sobre Mi pecho, como un poderoso torrente que se precipitara sobre la tierra desde la cumbre de una gran montaña…. En esos momentos, Mi lengua recitaba lo que ningún hombre soportaría oír”.
Exilio a Bagdad
Después de cuatro meses de intenso sufrimiento, Bahá’u’lláh fue liberado y desterrado para siempre de Irán, Su tierra natal. Él y Su familia fueron enviados primero a Bagdad –ahora parte del actual Irak. Allí los restantes seguidores del Báb recurrían cada vez más a Bahá’u’lláh para obtener guía moral y espiritual. La nobleza de Su carácter, la sabiduría de Su consejo, la bondad que derramaba sobre todos y las crecientes pruebas de la grandeza sobrehumana en Él, revivieron a la comunidad oprimida.
El surgimiento de Bahá’u’lláh como su líder despertó cada vez más los celos de su ambicioso medio hermano menor, Mírzá Yahyá. Así fue como, para dejar de ser motivo de tensión y desunión en la comunidad, Bahá’u’lláh salió para las montañas de Kurdistán, donde permaneció durante dos años, contemplando Su propósito divino. Su retiro hace recordar la retirada de Moisés al Monte Sinaí, los días de Cristo en el desierto y el retiro de Muhammad a las colinas de Arabia.
Pero aun en esta región remota, se había difundido la fama de Bahá’u’lláh. La gente escuchó que un hombre de gran sabiduría se encontraba allí. Cuando estas historias llegaron a Bagdad, los bábíes adivinaron la identidad de Bahá’u’lláh y despacharon una misión a suplicarle que regresara.
Residente una vez más en Bagdad, Bahá’u’lláh revitalizó a los seguidores del Báb; creció la fama de la comunidad y Su reputación se difundió aún más. Compuso tres de Sus obras más renombradas durante ese tiempo –las Palabras Ocultas, los Siete Valles y el Libro de la Certeza (Kitáb-i-Iqán)– y aunque los escritos de Bahá’u’lláh aludían a Su estación, no había llegado el momento todavía de hacer un anuncio público.
Conforme se extendía la fama de Bahá’u’lláh, la envidia y la malicia de algunos miembros del clero se reavivaba. Elevaron protestas al Shah de Irán para que le pidiera al Sultán otomano trasladar a Bahá’u’lláh más lejos de la frontera de Irán. Se decretó entonces un segundo exilio.
A fines de abril de 1863, poco antes de salir de Bagdad para Constantinopla (hoy conocida como Estambul), Bahá’u’lláh y Sus compañeros pasaron doce días en un jardín que Él denominó Ridván, que significa “Paraíso”. Allí, en las orillas del Río Tigris, Bahá’u’lláh declaró ante sus compañeros y familiares ser El que había anunciado el Báb –el Mensajero de Dios para la edad de la madurez colectiva de la humanidad– pronosticado en todos los escritos sagrados del mundo.
«Este es el día en que los más excelentes favores de Dios han sido derramados sobre los hombres, Día en que su poderosísima gracia ha sido infundida en todas las cosas creadas. Incumbe a todos los pueblos del mundo reconciliar sus diferencias y, con perfecta unidad y paz, morar bajo la sombra del Árbol de su cuidado y amorosa bondad. Les incumbe aferrarse a todo aquello que, en este Día, conduzca a la exaltación de su posición y la promoción de sus mejores intereses.»
(Palabras de Bahá’u’lláh)
Otros Destierros
Tres meses después de salir de Bagdad, Bahá’u’lláh y los demás exilados llegaron a Constantinopla. Permanecieron allí solo cuatro meses antes de que otro exilio les llevara a Adrianópolis (Edirne), un viaje agotador emprendido durante el más frío de los inviernos. En Adrianópolis, el sitio donde habían sido alojados, los dejó crudamente expuestos a las temperaturas glaciales.
Bahá’u’lláh se refirió a Adrianópolis como la “remota prisión”. Sin embargo, a pesar de las condiciones inhóspitas bajo las cuales los exiliados fueran obligados a vivir, de la pluma de Bahá’u’lláh siguieron fluyendo Sus versos inspiradores, y Sus enseñanzas llegaron tan lejos como a Egipto y la India.
Una vez, durante este período, Mírzá Yahyá, el celoso medio hermano de Bahá’u’lláh, trató de envenenarlo. Este episodio trágico dejó a Bahá’u’lláh con un temblor que se vio reflejado en Su letra hasta el final de Su vida.
A partir de septiembre de 1867, Bahá’u’lláh escribió una serie de cartas a los líderes políticos y religiosos del mundo. En estos escritos proféticos y con autoridad divina, proclamó abiertamente Su estación y habló de los albores de una nueva época. Antes, sin embargo, advirtió, iban a ocurrir trastornos catastróficos en el orden político y social del planeta. Llamó a los líderes del mundo a defender la justicia y a honrar los derechos de sus súbditos. Pidió que convocaran a una asamblea donde se reunirían y pondrían fin a la guerra. Sólo mediante la acción colectiva, dijo, se podría establecer la paz duradera. Pero Su advertencia cayó en oídos sordos. Estas son algunas de Sus palabras dirigidas colectivamente a los reyes y gobernantes del mundo:
«¡Oh reyes de la Tierra! Aquel que es el soberano Señor de todo ha venido!….No adoréis a nadie sino a Dios y, con corazones radiantes, alzad vuestros rostros hacia vuestro Señor, el Señor de todos los nombres. Ésta es una Revelación con la que nada de lo que poseéis puede jamás compararse, si sólo lo supierais….Los tesoros que habéis amasado os han llevado muy lejos de vuestro objetivo último. Esto no es digno de vosotros, si sólo pudierais comprenderlo. Limpiad vuestros corazones de toda corrupción terrenal y apresuraos a entrar en el Reino de vuestro Señor, el Creador del cielo y de la tierra….Cuidad de no actuar injustamente con nadie que recurra a vosotros y se ponga bajo vuestra sombra. Caminad en el temor de Dios y sed de aquellos que llevan una vida piadosa. No os apoyéis en vuestra fuerza, vuestros ejércitos y vuestros tesoros. Poned toda vuestra confianza y vuestra fe en Dios, que os ha creado, y buscad Su ayuda en todos vuestros asuntos.»
La Más Grande Prisión
La agitación permanente de los opositores de Bahá’u’lláh hizo que el gobierno otomano Lo desterrara por última vez a su colonia penal más infame. Llegó a la ciudad prisión del Mediterráneo de ‘Akká el 31 de agosto de 1868, donde iba a pasar el resto de sus días en la ciudad fortificada y sus alrededores.
Luego de haber sido confinados a una prisión durante más de dos años, Bahá’u’lláh y sus compañeros fueron trasladados más tarde a una casa estrecha dentro de las murallas de la ciudad. Poco a poco, el carácter moral de los bahá’ís –en particular del hijo mayor de Bahá’u’lláh, ‘Abdu’l-Bahá– ablandó los corazones de sus carceleros, y penetró el fanatismo e indiferencia de los habitantes de ‘Akká. Así como sucedió en Bagdad y Adrianópolis, la nobleza del carácter de Bahá’u’lláh se fue ganando la admiración de la comunidad en general, incluyendo algunos de sus líderes.
En ‘Akká, Bahá’u’lláh reveló Su obra más importante, el Kitáb-i-Aqdas (el Libro Más Sagrado), donde delineó las leyes y principios esenciales de Su Fe, y estableció los cimientos de un orden administrativo mundial.
«¡Pueblos del mundo! Tened por cierto que Mis mandamientos son las lámparas de Mi amorosa providencia entre Mis siervos y las llaves de Mi misericordia para con Mis criaturas. Así ha sido enviado desde el cielo de la Voluntad de vuestro Señor, el Señor de la Revelación.»
(Baha’u’llah, El Kitab-i-Aqdas)
Años finales
A finales de la década de 1870, se le concedió a Bahá’u’lláh, todavía un prisionero, un poco de libertad para mudarse fuera de las murallas de la ciudad, lo que permitió que Sus seguidores se reunieran con Él relativamente en paz. En abril de 1890, el Profesor Edward Granville Browne de la Universidad de Cambridge se reunió con Bahá’u’lláh en la mansión cerca de ‘Akká donde había establecido su residencia.
Browne escribió acerca de su reunión: “El rostro de Aquel a Quien contemplé nunca lo podré olvidar y, no obstante, no puedo describirlo. Esos ojos penetrantes parecían leer en mi propia alma; en Su amplia frente había poder y autoridad… ¡No necesitaba preguntar en presencia de Quién me encontraba al inclinarme ante Aquel Que es objeto de una devoción y un amor que los reyes podrían envidiar y por los cuales los emperadores suspiran en vano!”
Algunas de las palabras dirigidas por Baha’u’llah al profesor Browne en esa ocasion fueron las siguientes:
«¡Alabado sea Dios ya que tú has llegado hasta mí! …. Has venido a ver a un prisionero y un desterrado…. Nosotros sólo deseamos el bien del mundo y la felicidad de las naciones; sin embargo nos consideran causantes de sedición y de contiendas, merecedoras de la prisión y el destierro …. Que todas las naciones tengan una fe común y todos los hombres sean como hermanos; que se fortalezcan los lazos de afecto y unidad entre los hijos de los hombres; que desaparezca la diversidad de religiones y se anulen las diferencias de raza. ¿Qué mal hay en esto?….Pero esto se cumplirá, estas luchas sin objeto, estas guerras desastrosas pasarán y la ‘Paz Más Grande’ reinará¡»
Bahá’u’lláh falleció el 29 de mayo de 1892. En Su voluntad y testamento, designó a ‘Abdu’l-Bahá, Su Hijo mayor, como Su sucesor y Cabeza de la Fe Bahá’í – la primera vez en la historia que el Fundador de una religión mundial nombrara a su sucesor en un texto escrito e irrefutable. La selección de un sucesor es una disposición fundamental de lo que se conoce como la “Alianza de Bahá’u’lláh” que permite que la comunidad bahá’í permanezca unida para siempre.
No obstante haber sufrido indescriptibles adversidades por casi medio siglo a mano de poderosos enemigos, Bahá’u’lláh cumplió la misión divina que Le fue conferida en aquel pestilente y sombrio carcel. Logró una victoria aplastante sobre Sus enemigos, revelando la guia divina que la humanidad necesitará durante siglos por venir, una Revelación que cubre el mundo y gana fuerzas con cada día. No debemos olvidar que Bahá’u’lláh aceptó todas estas adversidades voluntariamente. En cada instante tuvo la opción de abandonar Su misión y regresar a una vida de privilegio y poder. Pero Él mismo explica por qué no eligió esa opción:
“La Antigua Belleza ha consentido ser encadenada para que la humanidad sea liberada de su cautiverio y ha aceptado ser prisionera de esta Fortaleza para que todo el mundo logre la verdadera libertad. Ha bebido hasta los pozos de la copa del dolor para que todos los pueblos de la tierra alcancen felicidad perdurable y sean colmados de alegría. Esto emana de la misericordia de vuestro Señor, el Compasivo, el Más Misericordioso. Hemos aceptado ser humillados, oh creyentes en la Unidad de Dios, para que vosotros seáis enaltecidos y hemos sufrido múltiples tribulaciones para que podáis prosperar y florecer.»
Sus Enseñanzas e Influencia en el Mundo
La Revelación de Bahá’u’lláh señala el advenimiento de la madurez de la raza humana y está cimentada en principios como la unicidad de la humanidad, la igualdad del hombre y la mujer, la integración racial, la justicia económica, la educación universal, la armonía entre la ciencia y la religión, la adopción de un idioma universal auxiliar y la creación de una mancomunidad mundial de naciones que mantenga la paz mediante el principio de seguridad colectiva, entre otros.
Para el Individuo
“Si llegaras a obtener tan sólo una gota de las cristalinas aguas del conocimiento divino, fácilmente te darías cuenta de que la verdadera vida no es la vida de la carne, sino la vida del espíritu”. Bahá’u’lláh
La Revelación de Bahá’u’lláh afirma que el propósito de nuestras vidas es conocer a Dios y alcanzar Su presencia. Nuestra verdadera identidad es nuestra alma racional, cuya voluntad y poderes de comprensión nos permiten mejorarnos continuamente a nosotros mismos y a nuestra sociedad. Caminar un sendero de servicio a Dios y a la humanidad da sentido a la vida y nos prepara para el momento en que el alma se separa del cuerpo y continúa su viaje eterno hacia el Creador.
El cultivo de las cualidades espirituales en este mundo es inseparable del perfeccionamiento constante de nuestra conducta en la que nuestras acciones reflejan cada vez más la nobleza y la integridad con la que cada ser humano ha sido dotado. Tales cualidades espirituales no las adquirimos centrándonos en el yo, sino que las desarrollamos en el servicio a los demás.
Para la Sociedad
“El propósito fundamental que anima a la Fe de Dios y a Su Religión es salvaguardar los intereses de la raza humana y promover su unidad, y estimular el espíritu de amor y fraternidad entre los hombres”. Bahá’u’lláh
La realización del principio de la unidad de la humanidad es a la vez el objetivo y el principio operativo de la revelación de Bahá’u’lláh. Bahá’u’lláh comparó el mundo de la humanidad con el cuerpo humano. Dentro de este organismo, millones de células, diversas en forma y función, desempeñan su papel en el mantenimiento de un sistema sano. Del mismo modo, las relaciones armoniosas entre los individuos, las comunidades y las instituciones sirven para sostener la sociedad y permitir el avance de la civilización.
Vivimos hoy en un período único en la historia. A medida que la humanidad emerge de la infancia y se acerca a su madurez colectiva, la necesidad de una nueva comprensión de las relaciones entre el individuo, la comunidad y las instituciones de la sociedad se hace cada vez más apremiante.
Aceptar que el individuo, la comunidad y las instituciones de la sociedad son los protagonistas de la construcción de la civilización, y actuar en consecuencia, abre grandes posibilidades para la felicidad humana y permite la creación de entornos en los que los verdaderos poderes del espíritu humano puedan ser liberados.
«Todos los hombres han sido creados para llevar adelante una civilización en continuo progreso”. Bahá’u’lláh
Orden Administrativo
Los asuntos de la comunidad bahá’í se administran a través de un sistema de instituciones, cada una con su esfera de acción definida. Los orígenes de este sistema—conocido como el Orden Administrativo Bahá’í—se encuentran en los Escritos de Bahá’u’lláh Mismo. Reveló principios que guían su funcionamiento, estableció sus instituciones, nombró a ‘Abdu’l-Bahá el único intérprete de Su Palabra, e invistió de autoridad a la Casa Universal de Justicia. En Su Voluntad y Testamento , ‘Abdu’l-Bahá nombró a su nieto, Shoghi Effendi, como el Guardián de la Fe Bahá’í.
Hoy la Casa Universal de Justicia es el órgano de gobierno central del Orden Administrativo. Bajo su dirección, los cuerpos elegidos, conocidos como Asambleas Espirituales Locales y Asambleas Espirituales Nacionales, se ocupan de los asuntos de la comunidad bahá’í en sus respectivos niveles, y ejercen autoridad legislativa, ejecutiva y judicial. Una institución de personas nombradas, de capacidad probada—la institución de los Consejeros-también funciona bajo la dirección de la Casa Universal de Justicia y ejerce influencia en la vida de la comunidad bahá’í, desde la base hasta el nivel internacional. Los miembros de esta Institución animan la acción, fomentan la iniciativa individual, y promueven el aprendizaje dentro de la comunidad bahá’í en su conjunto, además de ofrecer asesoramiento a las Asambleas Espirituales.
Las instituciones bahá’ís no se conciben tan solo como medio para administrar los aspectos internos de la vida de la comunidad bahá’í, aunque esto es esencial. Ante todo, el Orden Administrativo está destinado a servir como un canal a través del cual el espíritu de la Fe ha de fluir, incorporando en su funcionamiento el tipo de relaciones que deben unir y sostener a la sociedad conforme la humanidad avanza hacia la madurez colectiva.
“La estructura de Su Nuevo Orden Mundial, que crece en el seno de las instituciones administrativas que Él mismo ha creado, servirá como modelo y como núcleo de esa mancomunidad mundial que es el seguro e inevitable destino de los pueblos y naciones de la tierra”. — Shoghi Effendi